Los niños que nunca queremos dejar de ser

Aunque la frialdad con que vivimos los que nos creemos adultos haga que perdamos cualquier ansia de afecto o del juego, siempre encontramos espacios en los cuales podemos dejar de lado aquella camisa de fuerza que nos retiene y no nos deja ser nosotros mismos. La verdad, es que estos lugares son muy pocos y a veces sólo quedan en nuestra imaginación.


El MAGIS COMEDOR es uno de esos lugares de “fantasía” en donde podemos encontrar amistad y cariño; relajo y juego; vida y luz. No malinterpreten estas comillas, no creo que la fantasía sea mala, sólo me alegra mencionarlo. Mientras nos movemos en un mar de rencores y cansancios los niños de este comedor con su típica sencillez nos muestran su sonrisa. Algo que me mantiene vivo. Algo que me mantiene más alegre que nunca.


Cuando cada amigo entra al comedor se encuentra con ellos y recuerda cuántas veces hizo corretear a su profesora de jardín o cuántas le coloreó las paredes a la mamá. Los niños del MAGIS son un oasis de luz en un mar de tinieblas lleno de humo y ruido. Es imposible creer como la ciudad tenga un rinconcito de luz en ese pequeño local del jirón Chancay en donde les compartimos a nuestros pequeños cada sábado lo mejor de la poca energía que nos queda.


Mientras Marco colorea, yo le ayudo con los últimos retoques del palo de lluvia. Atrás Mili me sigue jalando los pelos o me tira los puñetes que para una niña de su edad son increíbles. Pero así son los niños. No se retraen, te miran con sinceridad, sin rencor, malicia o desprecio. Pueda que tal vez no te entiendan o tú no quieras entenderlos. Ellos siempre te llevarán a ansiar ser niño de nuevo. Y en esas dos horas que duran nuestras visitas te cumplirán ese deseo sin cobrarte nada. Puede ser que el que los ayudes a sonreír (tarea muy sencilla) sea un gran servicio, pero que caro es hacerte sonreír a ti.


Por: César Castillo

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