Visita al comedor
y Reflexión sobre la Espiritualidad Ignaciana


Escrito por:
Segundo Rafael Pérez Rubio SJ.

Después de ofrecer los talleres a los niños y madres de familia del Magis Comedor, tuvimos nuestro respectivo coloquio. La reflexión del coloquio giró en torno a la imagen de Dios que tenemos cada uno de los voluntarios y de redescubrir y reconocer su actuar en nuestras vidas. Como aproximación, a este tema, nos acercamos desde la figura de Jesús, ya que su vida estuvo marcada por el cumplimiento de su voluntad divina, Quien se encarnó entre nosotros y en el mundo para darnos a conocer al padre y para revelar, mediante sus obras y mensaje, su amor desinteresado y sin límites. Desde nuestras experiencias e historias personales, cada uno de nosotros fuimos compartiendo sobre los signos, símbolos y manifestaciones que nos acercan a ese ideal. Coincidimos en que, buscar la voluntad de Dios implica insertarse en el mundo, tener hambre y sed de Justicia y ser otro cristo. Es decir, obrar como él, hacer lo que cristo haría en mi lugar, amar como él nos amó, dar más alegría, hacer más feliz al otro y sin salir del mundo ser “la sal del mundo”. Todo ello, sin olvidarse que en nuestra sociedad, todo signo de bondad y amor fraterno es muestra de que existe una fuerza superior… o un Dios- Amor, que nos moviliza, que nos lleva a salir de nosotros mismos, a asumir nuestro compromiso por el mundo y a buscar el bien común. Desde lo personal, ese día estuve muy agradecido por tanto bien recibido y porque Dios se me manifestó a través de las personas con quiénes compartí el apostolado (niños, madres y voluntarios). Como signo de que no puedo dudar de ello, sucedió un hecho que evidenció lo que había experimentado durante toda la jornada. De regreso a mi casa subí a un bus, en el que iban aproximadamente unas cuarenta personas y mientras el carro seguía su ruta escuché un pasajero, que solo alcanzó a decir socorro. Era un señor que le dio un ataque epiléptico. Lo que me llamó la atención y me llenó de felicidad fue que, el conductor estacionó el vehículo a un costado de la pista y todas las personas corrimos en su auxilio. Luego, de recuperar la conciencia, don Diego (después, supe que se llamaba así) se puso a llorar y toda la gente que permanecía a su alrededor le daba aliento, ánimo, etc y con frases como por ejemplo: “Señor, no se preocupe, usted no está solo, cuente con nosotros” lograron calmarlo. Luego, el carro continuó con su marcha y este “accidente” me permitió reconocer ese signo, fuerza superior a nosotros o ese Dios- amor, que se hizo presente por medio de la gente. Creo que ese día estuvo marcado por una honda experiencia espiritual y llena de mociones, que sin duda existe algo en nosotros que nos mueve a actuar en bien de los demás.

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